miércoles, 30 de septiembre de 2009
Salinas de Guaranda, la economía de un pueblo
lunes, 28 de septiembre de 2009
Postal de una noche
Düsseldorf y Essen son hermanas en el norte de Alemania; viven, respiran y duermen en el oriente de Westfalia. Compré una postal en la estación del metro de Essen. Es amarilla y lleva el nombre de la ciudad en letras grandes y negras. Escribí: “Düsseldorf, más que una ciudad, una imagen o un paisaje, es un sabor. El sabor de las cervezas artesanales de los bares, mil pitadas de tabaco, unos besos en la calle, un buen desayuno después de comer por varios días sólo pan y Nutella”.
Llegamos a Düsseldorf al empezar la tarde. Recorrimos algunas de sus calles empedradas, estilo medieval, y nos sentamos frente al río Rin a mirar el parque de diversiones que está al otro lado de la ciudad. El cielo era púrpura, brillante por las luces de neón. Era verano y hacía calor. Entonces decidimos tomar un tour de cervezas por los bares de la ciudad para calmar la sed y soltar la rienda. Recuerdo una stratocaster que colgaba de la pared de uno de los locales.
La noche fue cayendo junto a la espuma de las bebidas de cebada, aromatizadas con lúpulo. Perdimos la noción del tiempo y el último tren que nos llevaría a casa de Pablo, en Essen. El próximo tranvía empezaba a circular a las 6 de la mañana.
Esperamos lo suficiente: toda la noche. Tomamos más cerveza, visitamos otros bares, probé el jäggermeister, bailamos música alemana y caímos en un puesto de comida turca para aplacar el hambre. También comimos helados y papas fritas en el McDonald’s de la esquina de la estación del metro.
Cuando llegamos al piso de Pablo, el sol ya alumbraba fuerte. Estábamos cansados de caminar. Dormimos dos o tres horas, no más. Después, un desayuno en el balcón, música de Julito Jaramillo, el sol y un tren más. Esta vez hacia Berlín.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Las máquinas del profesor Betini


Chos, el más pequeño de la familia, amaba viajar. Era un explorador por naturaleza. Él quería conocer los lugares más lejanos del mundo. Entonces, su padre inventó el teletransportador personal. Con la máquina de teletransportación, el chico pudo visitar los lugares más recónditos de la tierra. A pesar del sueño de su vida, Chos no se sentía completamente feliz.

Un día, el profesor Betini decidió hablar con sus hijos para saber qué les faltaba para ser felices.
–Papá, a mí me hace falta alguien con quien compartir mis estrellas– dijo Desy.
–Sí, yo creo que es lo mismo para mí. Mi máquina puede hacer muchas cosas, pero me gustaría escuchar un sonido más familiar– dijo, en seguida, la pequeña Diu.
–Papá, a mí me encantaría viajar en mi máquina y vivir las aventuras contigo– no demoró en soltar Chos.
En seguida, Betini se dio cuenta de que sus hijos no necesitaban las máquinas, sino la ternura y el cariño de su padre, pasar tiempo con él, pues era la única familia que ellos tenían.
Desde entonces, los cuatro comenzaron a divertirse y a construir los artefactos. Juntos inventaron el aparato para hacer arco iris, la máquina para atrapar pesadillas y la grúa para levantar el ánimo.
*Este cuento ha sido inspirado en la obra del artista Fito Espinosa.
jueves, 10 de septiembre de 2009
El padre, el hijo y el tesoro

viernes, 4 de septiembre de 2009
El universo de Fito
