
Desde la época del daguerrotipo, el oficio del fotógrafo es testimonio de la historia. Todavía hoy, a pesar de la autosuficiencia digital, me gusta pensar que con sus cámaras al cuello y los caballetes haciéndoles sombra, los fotógrafos que anidan en las plazas tienen oro en sus manos, que aún en blanco y negro o pintadas a colores, guardan infinitas historias en el corazón de sus polaroid.