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París, 11 de julio de 2008
Después de un sinnúmero de historias y canciones, la fantasía de París es una realidad. Escogimos como punto de partida la localidad de Hendaya, frontera entre Francia y España. Aprovechamos el trayecto de cinco horas en tren para armar un itinerario que se acomode a los gustos y nos permita conocer en cuatro días lo justo y necesario de la Ciudad Luz: la Torre Eiffel, por supuesto; el Museo del Louvre; caminar por las orillas del Sena; recorrer la Avenida de los Campos Elíseos hasta llegar al Arco del Triunfo; visitar el cementerio de Montparnasse.
Una mariposa traviesa ha jugado en mi estómago durante el viaje y no me ha dejado cerrar los ojos. Muchas veces lo había imaginado, pero ni el rugir de la locomotora ha conseguido apaciguar mis sentidos para asimilar que pronto, muy pronto, pisaré el París cruel de Vallejo, la ciudad nostálgica de Bryce, el corazón literario de Cortázar.
Llegamos a la Ville Lumière pasada la media noche. Primera parada: la Plaza de la Bastilla, símbolo por excelencia de la Revolución Francesa. La puerta abierta de un bar, un té helado, una cerveza, cigarrillos, una banda de jazz y el afán de encontrar el amor parisino en una buhardilla al mismo estilo de Martín Romaña. Una noche de novela.
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El reloj climatológico indica que estamos en pleno verano pero no confío en su palabra. Hoy el cielo ha amanecido pintado de plomo. Entonces aprovechamos para visitar el Palacio de Versalles, donde pasamos la mayor parte del día conociendo el castillo y sus jardines, en Île de France, a media hora en tren desde París. Un promedio de tres millones de personas visitan al año la mansión de Luis XIV. Esta mañana de julio nos sumamos a la masa.

Más tarde, regresamos a la ciudad y subimos hasta Montmartre. En las calles empedradas se respira bohemia. Los alrededores de las plazas están adornados con pinturas y arte, además de la peculiar forma de sentarse en las mesas de dos personas en los bares, como mirando hacia la calle y de espaldas al local.
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Subiendo la colina de 130 metros que es Montmartre pienso en las escenas de la comedia francesa Amélie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, 2001) que grabaron en ese lugar. En las faldas escalonada
s de la loma se puede encontrar a jóvenes de todas las razas haciendo música o simplemente charlando; y desde lo más alto se puede disfrutar de París en todo su esplendor. La Torre Eiffel con sus más de 300 metros de hierro, la catedral gótica de Notre-Dame y el Sena, lucen de lejos como miniaturas dentro de la gran ciudad.
La Basílica del Sagrado Corazón está situada en la cima de Montmartre. Las cuatro cúpulas de estilo romano que la acompañan impresionan y el altar está decorado con una imagen pintada del Sagrado Corazón de Jesús. Desde los pies del Sacré Cœur la ciudad se ve perfecta. El sol está cayendo y el cielo se ha puesto morado. Pienso en lo que dijo el escritor Antonio Cisneros, que “desde hace casi un par de siglos hay un París que brilla en la imaginación de todos”. Entonces recuerdo, como Cisneros, que tres de los mejores narradores –y favoritos, además- del Perú, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Al
fredo Bryce “fueron alguna vez unos muchachos cumpliendo el viejo sueño del desván en el Barrio Latino, con algo de pan y queso y un poco de papel para escribir. Eran aún los tiempos en que nadie nos pedía visa”.
Es de noche, la segunda en París. Terminamos la jornada en Le rendez vous des amis, un simpático bar en el que ordenamos una fiambre de quesos y algunas cervezas. Estamos cansados y maravillados. Hacemos el recuento del día, reímos y nos emocionamos. Quiero tomar muchas fotografías, que París nos quede para siempre.
La Basílica del Sagrado Corazón está situada en la cima de Montmartre. Las cuatro cúpulas de estilo romano que la acompañan impresionan y el altar está decorado con una imagen pintada del Sagrado Corazón de Jesús. Desde los pies del Sacré Cœur la ciudad se ve perfecta. El sol está cayendo y el cielo se ha puesto morado. Pienso en lo que dijo el escritor Antonio Cisneros, que “desde hace casi un par de siglos hay un París que brilla en la imaginación de todos”. Entonces recuerdo, como Cisneros, que tres de los mejores narradores –y favoritos, además- del Perú, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Al
Es de noche, la segunda en París. Terminamos la jornada en Le rendez vous des amis, un simpático bar en el que ordenamos una fiambre de quesos y algunas cervezas. Estamos cansados y maravillados. Hacemos el recuento del día, reímos y nos emocionamos. Quiero tomar muchas fotografías, que París nos quede para siempre.
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Fotos: María José Correa
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